27/4/11

EL RELATO DE UNA PENÍNSULA


Cargados de un ligero equipaje bajo un cielo indiferente abordamos la cazadora de descoloridos asientos, en los que dejamos caer por inercia el cuerpo destilando aún olor a ciudad.

Tras horas vislumbramos como la península levantaba sus brazos al vernos llegar, iluminándonos al anochecer con una luna pálida que se borraba lentamente sobre árboles que atentos nos escuchaban, y tras el silencio velaban el caer de nuestros parpados.

Al amanecer, arena y mar confabulaban para enrojecer nuestra piel en medio de sus manglares, del romper del mar al rosar un colorido grupo de kayaks, así íbamos descubriendo la tenacidad de un malabarista ajeno a los rostros en Playa Blanca.

Quemando ansias con el golpe seco de unos dados mentirosos al caer la tarde pasaban las horas, esperando un nuevo despertar exaltados ante la majestuosidad del mar. Abordando una panga que nos esperaba meciéndose en el mar, vimos como este acariciaba sus viejos maderos al romper de las olas, exaltados y permisibles dejamos la brisa apoderarse de nuestra mente hasta encallar entre mogos.

Más allá, en Boca Brava, la quietud de la marea parecía estar esperándonos haciéndonos regresar con la pasividad de su oleaje a tierra, y al caer la última noche con el carbón calcinándose en medio de la gula de un grupo enloquecido el beber en medio del silencio apaciguaba el calor de los labios, deleitados con los acordes de Venus, parafraseando a Sabina como canto de cuna antes de ascender por el camino donde moría el cuerpo.

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