Nos conocimos allá por el 2006, cuando andaba venteándole a
la vida esos aires pintorescos de juventud robándole horas al sueño sin
razones, tan solo por el gusto de decirlo.
Nos conocimos cuando la vida me inflaba el alma, cuando las heridas cicatrizaban espontáneamente, cuando no era necesario cuidarse la espalda, cuando huir era una excusa para seguir.
Nos conocimos seis años atrás, y volvimos a unirnos más aquella mañana de un 28 de febrero del 2008.
Nos conocimos, y entre tanto y tanto no sé si darte las gracias sea prudente, sí creerte parte de esto que soy sea ideal.
Me enseñaste a tragar lágrimas, a fingir sonrisas, a caminar a tientas, a olvidar planes futuros, a no pronunciar palabras que hieren con tan solo pensarles.
Desde que nos conocimos sos como una sombra que me acompaña, una sombra que me arropa cuando siento ganas de llorar, que me hiela los huesos y se roba mi voz.
En nuestro aniversario venís a recordarme tantas cosas que no se consiguen olvidar, ni sesiones de psicólogo borran las huellas que dejas en mí.