¡Dios bendiga a quien invento el brasier! Por cierto
¿Quién lo invento? Google respondió a mi pregunta con aproximadamente 176.000
respuestas.
Bien, después de leer las primeras tres de
ellas en síntesis el brasier tiene aproximadamente unos cien años de existencia,
sobre su creador no me quedo muy claro, la historia habla de Otto Titzling, Phillip
de Brassiere, Wallace Reyburn, Hermine Cadolle, Pierre Poiret y
finalmente se menciona a Mary Phelps Jacobs, en fin quien fuese entre ellos
¡Dios le bendiga!
Existen alrededor de esta prenda una serie de
datos interesantes, por ejemplo durante la Primera Guerra Mundial Estados
Unidos obtuvo 28 mil toneladas de acero, producto de los corsés, los cuales
pasaron a ser tan solo metal fundido.
Otro dato que me llamo la atención, es que al
igual que los condones y ataúdes, la producción de brasier fue “estándar”,
hasta 1928 que Ida Rosenthalu, comenzó (como llamamos los mercadologos)
la segmentación de un producto por siempre imperante.
En los años sesenta una quema de brasier se convirtió
en la voz de mujeres que reclamaban sus derechos y libertades sexuales.
Cuando surgió en mi cabeza escribir La talla de
mi brasier estaba sentada en una mesa de tragos con dos hombres, mientras los
escuchaba hablar sobre lo que ellos consideran un importante atributo femenino
(los pechos), fue escuchándolos que me di cuenta de cuantas veces he sido
participe pasiva en conversaciones de este tipo, por ello decidí empezar a
escribir.
Somos juzgadas por el atractivo de nuestro
cuerpo, especialmente por el tamaño y forma de nuestros pechos y sumado a ello
somos bombardeadas por la industria de la lencería, que vino con el propósito de
“ayudarnos” a aumentar nuestros pechos; muy solidario de su parte, ya que entre
más grandes sean; sin generalizar, es mejor visto.
Entrando a la adolescencia mis padres me
regalaron un libro llamado el Desarrollo integral del adolescente de Nancy Van
Pelt, libro que años después leí con fines académicos. El capítulo tres se
titula La niña preadolescente, en el cual tres páginas hablan sobre el
desarrollo del busto.
Uno de los párrafos que más llamó mi atención
en este apartado fue “Algunas chicas no saben qué hacer con su busto cuando se
desarrolla. No saben si ocultarlo o exhibirlo. Si procuran ocultarlo, eso
significa que tratan de ocultar el hecho de que están entrando en la
adolescencia. No hay necesidad de hacerlo. Pero tampoco deben exhibir su busto
usando blusas excesivamente escotadas o prendas de vestir demasiado estrechas. La
gente debería sentirse atraída a ella por su persona y no por su busto”. Esas
últimas quince palabras marcaron mi vida.
La talla de mi brasier es 36B, mis pechos sobrepasan
el tamaño de mis manos. Mis pechos, sí, mis pechos, ellos son míos, le pertenecen
a mi cuerpo, son una extensión de mí, pero no me definen, porque soy más que
una talla de brasier, porque no he necesitado en treinta años exhibirlos para
recibir un elogio, porque puedo vestirme sin necesidad de dejarles ver, nunca
han sido el centro de atracción ante un hombre o en medio de una conversación porque
tan solo son parte de mi anatomía.
Una talla de brasier no define quienes somos o
cuan merecedoras de amor podemos ser. Una talla de brasier es tan solo un
número que nos permite sentirnos cómodas y bellas al vestir, es tan solo un símbolo
que nos hace ser mujeres, tan solo eso.
Por ello yo bendigo mi sexo, bendigo mi cuerpo y mis
pechos talla 36B.