La palabra relación no existía en mi
vocabulario, pensar en ella era cómo pensar en algo de corte demoníaco, qué
peor cosa puede existir sobre la faz de la tierra que una relación, me
cuestionaba. Pero simplemente paso, y fue un amor bonito.
Me arriesgue, sin cuestionamientos, sin prestar
la suficiente atención a lo que hacía; hay ocasiones en que una se cree muy
valiente, y piensa que nada malo podría pasar.
Acepte inconscientemente convenios que
resultaron infortunitos y trajeron consigo noches sollozantes. Pero de que fue
un amor bonito, sí, lo fue. Aun cuando pudimos desencadenar una “bella”
historia de amor, hoy somos dos desconocidos que se conocieron más allá de lo
que pudimos imaginar.
Él fue mi amor bonito cuando comencé a sentir de más, cuando me descubrí deseosa de compartir más tiempo a su lado, cuando me permití llevarlo a casa, cuando le abrí la puerta que daba hacia mi cama.
Fue mi amor bonito cuando frente a conocidos y desconocidos entrelazamos nuestras manos, cuando empezaron las llamadas matutinas y vespertinas.
Y hoy
que ya no está aprendí que no es tan malo ver hacia el futuro sujeta a la mano
de alguien, que pensar en el porvenir es una forma de decir te quiero.
Nunca
me lastimo la idea de que pudiera estar con alguien más porque me hizo sentir
segura, porque conversar sobre nuestras opiniones y decisiones en general era
una razón para sonreír sin importar el cansancio que nos arropaba entrada la
madrugada.
Fue y
será mi amor bonito porque nunca
necesitamos firmar un acuerdo de exclusividad para dejar ser lo que fuimos. Porque
amaba perderme en sus ojos, dormir recostada en su pecho y ver películas sin
dormirme.
Pero
rompimos las reglas de eso que llaman “relaciones abiertas”, y nos equivocamos,
nos perdimos en un amor bonito, la
negación nos enfrentó hasta separarnos.
Lo que me enseño un amor bonito
es que mi corazón encontró lo que anhelo por años, y aunque no fue una historia
de amor con final feliz, al final al recordarlo esbozo una sonrisa.